Malèna
Ha cambiado todo en una noche, el castaño ante la casa, martirizado por la yedra, los ciruelos en su alfombra azul, los vestidos blancos,
el dulce olor de tu piel. Incluso el pozo está aún ahí como un poema.
Como la joven Gioconda al inclinarme sobre tu
vientre de hombre, al besar tu sonrisa, para volver la sabana
al cielo, para volver por las alargadas calles de tu cuerpo verde.
Verde es tu sabor, bello limonero,
tímido y escondido rincón de sombras, para que yo
lo encuentre y lo ame.
Estallas en mil gemidos de placer sobre los viejos pinos
enmudecieron con su canción de resina centenaria. Estallas
en las venas, frente a la tarde llena de todos los ámbitos,
tu cuerpo se endurece, se enrosca, se hace hilos finísimos,
te inundas como el agua, vas arrollando a tu paso la majestad austera de tanta piedra y alambre.
El viento sopla.
Sobre la base de los sueños, me enfrento a la suave muerte,
del placer, vocabulario silencioso, junto con el corazón como concepto.
Me rindo.
Solo agotar la siembra
en mis pechos.
Solo desembocar en el
gozo y detenerme.
Oh piel.
Oh ceniza colmada y
balbuciente. Y tu que
pones rumbo fijo al
arado sobre mi cuerpo.
Yo solo sé que cuando
el estallido de tu musica
me abres la ventana, me
das completos los dones
peregrinos buscando antiguos
y cerrados talismanes. El mundo
queda suspendido en tus manos.
Entre tus manos vivo.
Entre tus manos duras quise morir
como un ave, como los himnos
pluviales que nacen de tu boca,
envolviéndonos como dos nautas
enlazados al incierto amor.
Y yo, ahora,
sobre piedra pulida
busco tus labios
busco tus ojos entre
mi cintura y mi rincón
más intimo, trece peregrinos
se agolpan, entre mi vello púbico.
Y la
deriva,
con una carga de
ángeles menudos, como esas
caricias que se desploman
solas en tus manos.