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jueves, 15 de marzo de 2018

Un pez llamado Gabriel – Relato

Un pez llamado Gabriel – Relato

Querido Gabriel:

Quizás esta carta carezca de importancia, pero siento una irrefrenable necesidad de escribirla y hacértela llegar. Cuando la termine la dejaré enrollada, como si fuera un cilindro, y anudada con una cinta azul, situando un extremo de ésta cercano al cuello de la botella donde la depositaré, entre un lecho de arena y diminutas piedras. Surcará mares y océanos, moviéndose errante entre enormes bancos de peces de colores, como aquellos que tanto te gustaban, hasta detenerse en una lejana playa. Te imagino como un pescaíto más, pequeño Gabriel, como dice Patricia, tu madre; como te conocimos todos los que te seguimos a través de los informativos y sentimos la angustia por tu pérdida. Así te veo yo, que soy para ti un desconocido, porque tu cielo, un firmamento bordado de estrellas o un campo sembrado de girasoles perdido en la lejanía, está inmerso en las profundidades de los mares, en océanos de rizada espuma blanca.
Tu dulce sonrisa, esa tierna inocencia propia de la corta edad, agarrada a esos ocho años inmortalizados por un retrato, quedará prendida en los corazones que se estremecieron a lo largo de los días de tu desaparición, y del trágico desenlace. Ese ser perverso, surgido de las entrañas del infierno, te privó del milagro de la vida, pero no pudo robarte la magia que irradias y nos transmites.
Cuán difícil es que no sintamos ira y rabia ante un crimen tan macabro, como nos han pedido tus padres. Sin embargo, has conseguido transformar a un pedacito de la sociedad: a quienes conservan un ápice de humanidad y a quienes creemos en los valores y en el tejido de los sentimientos.
Qué complicado me resulta escribirte y no dejarme arrastrar por la indignación y el dolor. Quisiera usar un lenguaje sencillo para que me entiendas, pequeño Gabriel, sin mostrarte el odio que me estremece…
Te echamos tanto y tanto de menos… No puedo evitar emocionarme y, sin embargo, quisiera corresponder a tu sonrisa. Te sentimos como parte de la familia: hijo, hermano, primo, sobrino.
No soy padre y no puedo, aunque lo intente, ponerme en el lugar del tuyo, Ángel, que sin saberlo convivió con tu asesina, su reciente pareja que tú despreciabas. Tampoco puedo ponerme en la piel de Patricia, tu madre, cuya fortaleza es digna de admiración y elogio. No pretendo hacerlo porque sería una falta de respeto por mi parte. Lo que sí te aseguro es que puedes estar orgulloso de ellos, Gabriel, porque han demostrado mantenerse firmes ante la adversidad, ante las terribles circunstancias, luchando incansables, aferrados a la esperanza de volverte a ver.
Tu espíritu habita con nosotros, se mueve al compás del viento, de esas nubes que cubren de gris las tristezas y las despejan luego para mostrar las alegrías. Has hecho sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Desde el primer minuto centenares, miles de personas, estuvieron aportando su granito de arena para localizarte. Y los que no pudimos participar en tu búsqueda, desde lugares dispares de la geografía, del mundo, te abrimos hueco en nuestro pensamiento.
Quisiera que sepas que tus padres están más unidos que nunca. Ellos necesitarán de tu ayuda, Gabriel. Enséñales a caminar de nuevo, sostenlos si caen o desfallecen, porque se encontrarán perdidos si tú no les envías una señal, si no les guías.
¿Sabes? Me encantaría que conocieras a una joven muy especial, a mi hermana pequeña Hermi. Ella se marchó, como tú, pero más mayor, como consecuencia de una cruel enfermedad, cuando la vida le sonreía y comenzaba a disfrutar de un buen trabajo, de un hogar, de la vida en pareja, de mil proyectos que bullían por su mente. Igual que tú, ella permanecerá enredada en el recuerdo de los que la amamos. Estoy seguro de que te encontrarás con ella, Gabriel, porque los seres únicos se reconocen, aunque jamás se hayan visto. Su color favorito es el de sus ojos, el azul, y es un ángel que irradia luz, como tú.
Te tenemos presente, querido niño. Por eso te pido que nades. Nada muy lejos, pececillo, y cuando estés agotado, descansa en lechos de coral. Estas páginas bucearán contigo, a tu lado. Algún día el barquito que las transporten, una simple botella verde, se quedará varada en la playa de otro país. Tal vez quien la encuentre la vuelva a lanzar al abrazo de las aguas, a tu particular cielo, a ese inmenso cultivo de girasol que compone tu canción favorita, y vuelva a acompañarte un trecho de tu largo viaje hacia el infinito.
Ojalá así sea.
He de despedirme, pequeño Gabriel, el llanto enturbia mis ojos y me impide continuar. Pero será una despedida breve, te lo prometo, un paréntesis en la eternidad…

© José Manuel Muñoz Serrano

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