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sábado, 19 de junio de 2021

Mejillas sonrosadas


 Mejillas sonrosadas

Siempre recuerdo su bella sonrisa, sus cachetes haciendo hoyuelos en la cara, sus ojitos pícaros cristalinos.
Para mí era una fiesta visitar la casa de mi abuela​ paterna y mamá desde temprano me ponía mis mejores vestidos, me probaba distintos zapatos para combinar con mis prendas y me peinaba con hermosas trenzas de lánguidos moños en satén rosa o blanco.
Desde temprano tenía mucha expectativa y me imaginaba revisando los estantes de sus muebles, donde había cosas maravillosas y de antaño.
Me llamaba la atención un viejo reloj de pared, con números en romano y me quedaba cerca de él porque a cada hora aparecía un búho anunciando su reinado y eso me divertía.
Lo que más me fascinaba era la colección de muñecas de porcelana; algunas eran de Gran Bretaña y mi abuela las cuidaba como reliquias, vigilando que no se cayeran cuando las tomaban.
Me gustaba tenerlas en mis manos; eran tan blancas y delicadas como lo era la piel de ella, casi iridiscente como perla de nácar...
Ella había nacido en Gales, pero conservaba sus costumbres en esta tierra.
Había venido a principios del otro siglo a vivir en la Patagonia argentina, en la colonia galesa que se instaló en la ciudad de Gaiman de la Provincia de Chubut.
Contaba que tenía un trato muy amable con los dueños naturales de esos lugares, los indígenas. El clima era muy inhóspito, muy duro y ella había aprendido a hacer muchas cosas con elementos de la naturaleza que le habían enseñado las mujeres de las tribus autóctonas. Elaboraba remedios para la piel, hacía trabajos en telar y tejía maravillosamente como una experta.
Recuerdo un conjunto que le había hecho a un muñeco mío en lana celeste que hasta tenía su gorrito con pompón.
Una belleza de recuerdo que ahora se agiganta en mi corazón.
Llegaba la hora del té a las cinco en punto y disfrutábamos de sus tortas, sus budines deliciosos y de su increíble tarta de manzanas.
Después pasábamos a su jardín en el fondo de la casa y yo jugaba con su mascota, corriendo para atraparla.
Ya llegaba la hora de la despedida y me iba aproximando a darles una última caricia a las muñecas, diciéndoles "hasta pronto".
Antes de irnos mi abuela cortaba unas rosas de su jardín y se las daba a mi madre para llevarlas a casa.
Llegaba el remisse y entonces con su apretado abrazo me daba un montón de besos, me hablaba en un inglés que nunca entendí y con una sonrisa bella y sonrosada me decía adiós...
Diosma Patricia Davis 2017.D.A.R.
19/06/2017
Argentina

1 comentario:

  1. ¡Qué honor, muchísimas gracias Milagros!
    Diosma Patricia Davis

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