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miércoles, 5 de octubre de 2022

MÚSICA PARA BARRER Manuel Vega


 MÚSICA PARA BARRER


Jamás pensó que se podría vivir una experiencia tan liberadora.

Norberto se había inscrito a un curso de teatro, llevado por la creciente pasión que profesaba hacia el mundo de la interpretación. En aquella pequeña escuela privada se trabajaba con el método Stanislavski, en el que las emociones eran la base de todo el proceso de creación. Se practicaba la "memoria sensitiva", la "memoria emotiva", el "yo afectado" y otros tantos intensos ejercicios para la construcción del personaje.

Todas estas prácticas Norberto las acogió con gran profesionalidad y, aunque en general de lo que se trataba, era de recuperar las emociones propias para "prestárselas" al personaje, resultando ser un proceso bastante duro por su complejidad y bastante "riesgoso" para la estabilidad emocional del practicante, ignoraba todavía que la experiencia que viviría cada jueves, marcaría para siempre su novedoso aprendizaje.

El profesor, un argentino volcado al máximo en la que el llamaba "la más fantástica profesión del mundo", llevaba a los alumnos a una gran sala diáfana con suelo de parquet, desprovista de muebles y objetos; únicamente dos grandes altavoces colgaban de las paredes, enfrentados, para que emitieran así un sonido lo más envolvente posible. Bajaba las persianas de unos grandes ventanales que daban a la calle y, después de ordenar que se tumbaran en el suelo, boca arriba, con los brazos extendidos en cruz para asegurar la distancia entre ellos, apagaba todas las luces y explicaba, con voz suave, pero algo autoritaria, la dinámica del ejercicio que estaban a punto de realizar.

Empezó a sonar la música; estaba totalmente prohibido abrir los ojos, pasara lo que pasara. Los alumnos permanecían en el suelo y, en absoluta oscuridad, debían dejarse llevar por las diferentes músicas que sonaban, una detrás de otra, cada vez con más intensidad. En las primeras sesiones también estaba prohibido ponerse de pie, bailar o interactuar unos con otros. Algunas respiraciones comenzaron a escucharse algo agitadas, y cada uno de ellos demostraba, sólo con el movimiento de su cuerpo, todo lo que aquellas melodías le estaba haciendo sentir.
Norberto se arrastraba por el suelo, como un caimán acorralado, gimiendo y liberando todas las emociones enquistadas y que ignoraba que llevaba en su interior. Otros gritaban, o pronunciaban extraños sonidos; otros reían a carcajadas, otros lloraban, y otros se quedaban acurrucados en un rincón, temerosos de mostrar lo que estaban sintiendo.

Aquella "expresión corporal libre", como el profesor la tituló, tenía una duración de una hora aproximadamente. Cinco minutos antes el profesor volvía a entrar en la sala, pedía a los alumnos que volvieran a la posición inicial, quitaba la música y dejaba que se relajaran realizando profundas respiraciones; preguntaba cuándo estaban preparados para abrir los ojos poco a poco y encendía las luces gradualmente, "para que volvieran tranquilos". Después les invitaba a incorporarse y a sentarse en círculo, todavía en el suelo, para que uno por uno explicara "su viaje" a su mundo particular de las emociones.

Resultaba increíble los diferentes recorridos que las mismas músicas lograban en cada uno de ellos. Sudorosos, algo convulsos algunos y todavía emocionada la inmensa mayoría, relataban su experiencia, algunos sin vergüenza, otros con cierto pudor, pero todos muy asombrados del poder de la música. Norberto, maravillado por todo lo que acababa de experimentar, elogió a su profesor, con tremendo respeto, eso sí, diciéndole que le había encantado aquel magno ejercicio de "Música para barrer".

A partir de aquella primera sesión, el chico deseaba con verdadera devoción la llegada de cada jueves; el mágico día en el que la música sanaba sus heridas; el día maravilloso en el que, durante una hora, podía sentirse absolutamente libre.

©Manuel Vega
Valencia, España 

1 comentario:

  1. La música es increíblemente poderosa. Hermoso relato.
    Buenas tardes- noches.

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