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viernes, 17 de febrero de 2023

EL SECRETO DEL PUESTO NORTE


 EL SECRETO DEL PUESTO NORTE.

Cuento corto por Sergio Pellizza
Las estancias en la Patagonia Austral son muy grandes en superficie. Es común encontrar estancias de 50 mil y 60 mil hectáreas con requerimiento de a veces 3 hectáreas para mantener una oveja dependiendo de las posibilidades de alimento para el animal. Esto explica porqué tanto campo. La aridez del suelo es notoria por falta general de agua y los fuertes vientos imperantes en verano y los intensos fríos en invierno.
Este marco natural obliga al hombre a tener además de la edificación principal, llamado casco de la estancia; distribuir cerca de aguadas o lomadas los puestos que son casas de chapas distribuidas estratégicamente para cubrir con la presencia de una persona, llamada puestero, tanta extensión de campo.
El puestero se encarga de mantener su sector que recorre a caballo todos los días. Repara alambrados, molinos de agua, vigila con sus perros el ganado que pastorea en su sector, etc.
Un trabajo solitario y duro
El puesto hoy abandonado del que trata este relato data de los buenos tiempos de la época ovejera es decir muchos años. Compuesto por dos casas de chapa junto a una lagunita donde nadaban algunos cisnes de cuello negro.
Pedro Joaquín Mansilla de edad indefinida nació en la estancia antes de la gran guerra y vivió en el puesto toda su vida de trabajo. Tenía algunos parientes en chile, Punta Arenas y cuando le toco jubilarse casi lo tienen que llevar a la fuerza. Nadie entendió que para Pedro el trabajo lo era todo.

Al año de estar con su familia insistió tanto en volver que lo trajeron. Pidió que lo dejaran solo.
Así fue como de pronto se encontró frente a la puerta del puesto norte de la estancia. Su puesto. Nadie lo había ocupado desde que lo dejara. El negocio de la lana ya no era tan próspero así que el dueño consideró innecesario volver a activarlo. En realidad lo había mantenido por Pedro, su fiel empleado y amigo, mucho más tiempo de lo que resultaba conveniente…
Pedro vio que la puerta estaba cerrada, pero no la mente del anciano puestero que se abría a un montón de pensamientos, como tropilla corriendo en libertad por el campo…
Ha sido un año y ahora parece un siglo que ha durado esta ausencia aunque muchas veces lo había extrañado desde lejos y soñado con esa puerta. Solamente una vez, como ahora en que el verano patagónico se disfrazó de otoño en un vivido sueño la sintió tan cerca. Finalmente sus sarmentosos dedos acariciaron la áspera madera. Después de tantos meses la cerradura se había quedado dormida esperando la caricia de la llave que la despertara. Entro despacio como en una iglesia. Dentro el frío, como si se hubiera quedado a pasar la noche, y hubiera dejado al marcharse parte de sí mismo.
-Pensó, tengo que abrir ventanas y cambiar este aire que lleva aquí meses prisionero por otro que me traiga olor a sol.
-¡Dios! qué cantidad de recuerdos se agolpan de repente, sin orden pisándose unos a otros. Locos por salir, como chicos en la escuela a la hora del recreo.
Casi un año, casi un siglo sin verte… Isabel con esos ojos llenos de estrellas. La vieja fotografía recortada de una revista de la época miraba fijamente a Pedro sin pestañar y siempre le decía lo mismo… Pedro aunque sea la hermana del patrón podemos ser amigos cuando vengo en cada vacación, aunque ya no sea una niña. No te escondas ni me rehúyas, me gusta tu compañía y que me cuentes las cosas del campo. La última vez que la vio fue en esta foto de revista donde se describía con detalles el casamiento con ese don de varios apellidos.
Pasaron muchos años, ella regresó varias veces y con tres hijos varones, el mayor con un increíble parecido a Pedro.
Nunca nadie comento ni dijo nada, solo él sabía que era dueño de un precioso momento que en el fondo de su corazón atesoraba, y también guardado en esas paredes de chapa.
Publicado en: La Opinión Austral.

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