Enciéndeme los amaneceres, me dijo,
y se marchó una mañana después de susurrar a mi oído un poema de amor y nunca más volvió.
Me dejó una decena de besos en los labios, mil piropos encendiendo el corazón y el alma repleta.
Voló, como vuelan las gaviotas a ras del mar, se llevó todo el amor y me dejó impregnados todos los sentíos de esa grandeza única e irreemplazable.
Cada noche con la luna su alma y la mía van juntas y en cada alba, el cielo trae despacio en el aire un puñado de versos.
© Maria De Los Angeles Viangel Garcia Martin
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