El Pájaro y las hormigas.
Parte segunda
Lo críos nos miraban atónitos. No sabían a quién, ni qué preguntar.
- -Explícaselo tú, - decían los ojos de mi yerno - A ver como te las apañas.
- Veréis, los animales tienen un lenguaje que no entendemos los humanos.
- Abuelo, ¿quieres decir que los animales hablan? – preguntó Pablo
- Eso es.
- Pero no los hemos oído.- intervino David.
- Es que nosotros no podemos oírlo, sólo conozco un caso de una persona que los entendía.
- ¿Puede saberse cuál? – preguntó mi yerno.
- Desde luego, Melampo.
- ¿Y quién es ese? Inquirió, pues sus palabras fueron algo más que una simple pregunta.
- Melampo era un agricultor, que tenía un gran árbol cerca de su casa. Un día un rayo lo partió en dos y hubo que sacar el tocón para que no estorbase. Al hacerlo descubrieron un nido de serpientes que tenía unas crías. Los criados mataron las grandes, pero Melampo evitó que lo hicieran con las pequeñas,- antes de que digas nada – le dije a mi yerno – te aclaró que las serpientes no eran venenosas. Pues bien, continúo: Melampo las crió y ellas acostumbraban a subirse en sus hombros, un día que se había dormido, las serpientes se deslizaron hasta sus orejas y escupieron dentro de ellas. Cuando Melampo se despertó, se dio cuenta de que entendía el lenguaje de los animales, pero esto es un cuento- advertí, -al ver como mis los angelitos empezaban a mirar a su alrededor buscando serpientes. Y ahora vámonos que ya anochece y comienza a hacer frío.
Aquella noche no pude dormir muy bien: cada dos o tres horas llegaba uno de los dos a preguntar:
- Abu las hormigas, ¿No tendrán frío? ¿Y el pájaro no tendrá hambre?
A la cuarta vez, mi mujer preguntó:
- Niños, ¿qué es lo que os traéis con el abuelo? Idos a dormir. Y tú que eres más crío que ellos ¿qué es eso de las hormigas y del pájaro?
-Nada mujer, vuélvete a dormir y vosotros a la cama. Vamos ya.
Por fin se calmaron y pudimos dormir de un tirón hasta las ocho de la mañana en que Pablio y Deivid, me despertaron. Uno estaba sentado sobre mi estómago, saltando y el otro me tiraba de las orejas, a la vez que ambos chillaban al unísono.
-Despierta abu, pasa algo jorrible – Deivid había heredado las dotes dramáticas de su tío.
- ¿Qué sucede? – desperté preguntando sobresaltado. ¿Se quema algo?
- No abu, - replicó Pablio, que parecía menos excitado; son las hormigas.
-¿Qué les sucede? ¿Se han despertado ya?
Cuando me di cuenta de que para ver las hormigas habían tenido que salir al jardín, pregunté intranquilo (pensando que era imposible que aquellos diablos hubieran abierto la puerta. ¿O lo eran?).
¿Cómo habéis salido al jardín?
- Mami, nos ha sacado, pero no te entretengas y ven.
- Tengo que quitarme el pijama y vestirme. Mientras id a desayunar.
- Bueno abu, pero date prisa.
Diez minutos después estaba en la cocina con un crío agarrada a una de mis manos, no me habían dado ni tiempo para ducharme y todavía ignoro como me las había arreglado para meterme el faldón de la camisa. Tras haber calmado a mi mujer, diciéndole que no pasaba nada grave que sería una cosa de los pequeños y escuchar pacientemente como refunfuñaba murmurando que los estaba malcriando, salimos al jardín.
- Abu ven, corre –gritó Pablio- indicándome un rincón cercano al hormiguero en el que crecía unos cereales salvajes que no había tenido tiempo de arrancar. - Mira.
Una fila de hormigas se dirigía hacia ellos, pero las pocas que habían intentado subir por los tallos se habían quedado pegadas a una especie de goma que los cubría. David estaba muy ocupado tratando de despegarlas y alguna patita se había quedado en el intento. Repentinamente algo sobrevoló mi cabeza, me agaché instintivamente y vi que era al jilguero que nos estaba indicando que nos apartáramos.
- Niños, venid aquí – dije retrocediendo unos pasos.
- ¿Pasa algo abu?- gritaron a la vez.
-Ahora lo veréis.
Nada más nos hubimos retirado unos pasos, el pajarillo voló rozando las espigas y haciendo caer los granos; operación que estuvo repitiendo hasta que no quedaron más. Pablo y David contemplaban aquella maniobra con la boca abierta. Por fin David preguntó:
- ¿Por qué hace eso, abu?
- ¿No lo ves? Está tirando los granos a los que no pueden llegar las hormigas.
- Sí, abu, eso ya lo vemos, tenemos cinco años – intervino Pablo ofendido de que se hubiera dudado, tanto de su capacidad como de la de su hermano.- Lo que queremos saber es por qué lo hace.
- Perdonen los caballeros – contesté con una sonrisa.- No me había dado cuenta de que eran tan mayores. Lo hace para que los puedan coger las hormigas sin pegarse.
- Ya abu. - respondió con una paciencia que no me esperaba- - Pero, ¿quién le ha dicho que los tire?
Las hormigas –contesté.
- Pero, pero…
-¿Es que habéis olvidado lo que os dije ayer? Los animales se comunican entre sí.
Ahora fueron los dos los que dijeron al mismo tiempo.
-Como ayer – empezó Pablio -, le dieron de comer las hormigas… - ahora les ayuda el jilguero a que cojan los granos que necesitan – terminó Deivid.
- Así es,- respondí, extrañado de que aquellos dos pequeños hubieran llegado a tal conclusión, me parecían todavía demasiado niños y no me había dado cuenta de que habían crecido.
- ¿Los animales se ayudan los unos a los otros?
- En efecto, y a veces son más solidarios que los hombres.
- ¿Son más qué…?
Me había pasado por lo que me apresuré a aclarar.
- Quiero decir que se ayudan más entre sí que los hombres. Debíamos aprender de ellos.
- Gracias abu, ¿has desayunado?
- Pues no.
- Pues te acompañamos que ya eres mayor – dijeron a la vez y en su mirada creí percibir un atisbo de ironía - mientras muy solemnemente me cogía cada uno una mano para ayudarme.
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Claudio Aldaz Riera.
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