Santos arcángeles MIGUEL, GABRIEL y RAFAEL
(29 de septiembre)
Guardianes, mensajeros, elegidos, enviados a misiones reservadas para aquellos que lucieran la medalla de arcángeles.
MIGUEL, brillaron en tus manos los rayos de Dios que limpiaron el Cielo de rebeldes endiosados.
Tu mirada es una flecha, presta a matar el pecado.
Ante tu espada poderosa, la soberbia se transformó en miedo, y abandonaron las tierras de Dios esas almas orgullosas.
Ahora nos cubres con tu escudo, clavando en nuestra lucha la bandera del vencedor.
GABRIEL, reservado para que tus labios dejaran la miel de Dios en la más dulce criatura.
Fuiste la palabra de los deseos divinos, y con ella proclamaste a María, trono de Dios.
“No temas,…” Bálsamo.
“Has hallado gracia ante Dios…” Ánimo.
“Concebirás en tu seno….” Ilusión.
“El Espíritu Santo te cubrirá…” Milagro.
Ante tales atributos solo queda, Gabriel, darte las gracias por dejar en nuestra Madre el eco de tus palabras, el sello de Dios.
RAFAEL, defensor del indefenso, la mano tendida que asoma desde el Cielo a quien lo necesita.
Invisible retaguardia de nuestros pasos, auxilio imprevisto, ayuda inesperada.
Sin verte, te siento.
Basta que el peligro esboce un aviso, para que tú ya estés alerta.
Eterna compañía de quien no siente la ayuda, nunca dejarán tus ojos de seguirnos en la humana soledad, y serás, en nuestro silencio, su aliado.
Bien hizo Dios, santos arcángeles, en reservaros esos tronos, porque ante la mortal mirada, lucís en el Cielo como escudos, bienaventurados y compañeros.
Abel de Miguel Sáenz
Madrid, España.
(29 de septiembre)
Guardianes, mensajeros, elegidos, enviados a misiones reservadas para aquellos que lucieran la medalla de arcángeles.
MIGUEL, brillaron en tus manos los rayos de Dios que limpiaron el Cielo de rebeldes endiosados.
Tu mirada es una flecha, presta a matar el pecado.
Ante tu espada poderosa, la soberbia se transformó en miedo, y abandonaron las tierras de Dios esas almas orgullosas.
Ahora nos cubres con tu escudo, clavando en nuestra lucha la bandera del vencedor.
GABRIEL, reservado para que tus labios dejaran la miel de Dios en la más dulce criatura.
Fuiste la palabra de los deseos divinos, y con ella proclamaste a María, trono de Dios.
“No temas,…” Bálsamo.
“Has hallado gracia ante Dios…” Ánimo.
“Concebirás en tu seno….” Ilusión.
“El Espíritu Santo te cubrirá…” Milagro.
Ante tales atributos solo queda, Gabriel, darte las gracias por dejar en nuestra Madre el eco de tus palabras, el sello de Dios.
RAFAEL, defensor del indefenso, la mano tendida que asoma desde el Cielo a quien lo necesita.
Invisible retaguardia de nuestros pasos, auxilio imprevisto, ayuda inesperada.
Sin verte, te siento.
Basta que el peligro esboce un aviso, para que tú ya estés alerta.
Eterna compañía de quien no siente la ayuda, nunca dejarán tus ojos de seguirnos en la humana soledad, y serás, en nuestro silencio, su aliado.
Bien hizo Dios, santos arcángeles, en reservaros esos tronos, porque ante la mortal mirada, lucís en el Cielo como escudos, bienaventurados y compañeros.
Abel de Miguel Sáenz
Madrid, España.
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