Con cada seno que acaricio
Entre las rosas doradas de la tarde, un ocaso de contagiosas
malvas toca tu suave pecho, retenido en una bonita blusa
florentina: para que florezcan mil auroras.
Con cada seno que acaricio, suaves como el azul mariposa,
suena una caricia aérea, de plata, de cristal de flor de alma.
Nuestros pechos apoyados en la vidriera, latiendo sofocados,
con loca violencia, que olor de lirios y el olor del incienso, con
esencias de cielo; la presión suave y lenta de su cuerpo contra
los vitrales de la Belle Verrère, cuerpo con cuerpo, la carne
es alma; el grito final se mezcló con el silencio de la catedral
de San Chartres - el olor de las madreselvas es mezcolanza
con tus corrientes lúbricas, bajo las arcadas de la catedral.
Una rosa de alegrias de -mar y viento-, una secreta herida de
ternura. Estaba allí, casual y sensitiva mimosácea, dueña de
su cuerpo en trémula quietud y extraño aliento como una flor.
Mis pies descalzos de plata sobre el frío mármol, se prenden a
los tuyos, mujer desnuda del color del barro y la luz indiferente
de una mañana penetra casual por las puertas de campanillas.
Déjame pedirte el dulce engaño de ser tú y yo
en un vasto tiempo, abandona tus dedos en la dureza de mi mano,
para que yo los cubra de consuelo, surcando juntos el infinito.
Che-Bazan.España
malvas toca tu suave pecho, retenido en una bonita blusa
florentina: para que florezcan mil auroras.
Con cada seno que acaricio, suaves como el azul mariposa,
suena una caricia aérea, de plata, de cristal de flor de alma.
Nuestros pechos apoyados en la vidriera, latiendo sofocados,
con loca violencia, que olor de lirios y el olor del incienso, con
esencias de cielo; la presión suave y lenta de su cuerpo contra
los vitrales de la Belle Verrère, cuerpo con cuerpo, la carne
es alma; el grito final se mezcló con el silencio de la catedral
de San Chartres - el olor de las madreselvas es mezcolanza
con tus corrientes lúbricas, bajo las arcadas de la catedral.
Una rosa de alegrias de -mar y viento-, una secreta herida de
ternura. Estaba allí, casual y sensitiva mimosácea, dueña de
su cuerpo en trémula quietud y extraño aliento como una flor.
Mis pies descalzos de plata sobre el frío mármol, se prenden a
los tuyos, mujer desnuda del color del barro y la luz indiferente
de una mañana penetra casual por las puertas de campanillas.
Déjame pedirte el dulce engaño de ser tú y yo
en un vasto tiempo, abandona tus dedos en la dureza de mi mano,
para que yo los cubra de consuelo, surcando juntos el infinito.
Che-Bazan.España
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