Natalis - Espíritu del mundo y de su gente
Escribo para hombres y mujeres y no vislumbro semblantes, tan solo gente, permeada de esperanzar en sus unicidades.
Ante un impulso, como si se me encomendara dirigirme a la Divinidad, que en forma de criatura conmigo cohabita en el alma, me pregunto sobre el sentido Natalis y le expreso un versejo.
Le digo que a poco he visto en las arenas de Babilonia, multitudes levantándose liberadas, aseverando en exaltación la revelación del Talmud:
"... Quien salva una vida, salva al mundo ”
En las proximidades del Mar Rojo, en una simple casebre de suelo batido en Medina, escuché gentiles retumbando a Abu Bakr proclamando:
"Esforzarse por quitar el dolor de otros es la verdadera esencia de la generosidad".
Le comento que en Nazaret, tomé ciencia de que un ángelus, dirigiéndose a una virgen mujer, le anunció, aunque ante la circunstancia de su compromiso con un carpintero, de que de su vientre se levantaría un niño, que contados treinta y tr Edades, después del lavado de manos sin compromiso por la indiferencia, dejaría su cuerpo crucificado.
Pero sin que se me permitiera, en honor a la verdad, ocultarle los hechos, que seguramente le eran sedimentados en la memoria, mencioné que percibí elevarse caras de incredulidad preguntándose, como si descresen si sería posible, caber en el luzir humano, la gracia divina del nacer de uno para todos los demás.
Fue cuando recordé a los Quintanares y sus sertivas
No podría despreciar la oportunidad de recitarle:
"... El milagro no es dar vida al cuerpo extinto, o luz al ciego, elocuencia al mudo, ni cambiar agua pura en vino tinto. El milagro es que crean todo eso... ”
Y tomado por lo inusual del encuentro, le resalté que testarudamente opté por la templanza.
No la que nos hace pasivamente contemplar lo que pasa, sino la que en el sur del continente, en la irradiación sonora de un taura Leopoldino, todavía se tararea por las madrugadas:
"... Si uso vincha en la frente, es para ver el mundo más ancho. No vendo el mundo por grietas, puedo hacerle reparaciones... ”
No podía dejar de decirle, que simple anhelante, anhelé alcanzar virtudes.
Sí, lo hice. Me bastaría con vivir en un mundo en busca de plena paz social, en el que la persistencia por la libertad fuera constante y el optimismo ante el futuro no se entregara a la oscuridad, para que la creencia en el género humano fuera intermitente.
Añadí que indispensable como ponerse las sandalias de la humildad, deberíamos conocernos aprendices de todas las andanzas, acogiéndonos de coraje en el corazón con la gracia de experimentar la existencia.
Recalcé que fue con ese atrevimiento, que vi pájaros sobrevolando la pequeña Robben, donde Nelson, un hombre negro, culto en entender la sabiencia de la vida, encarcelado en condiciones primitivas, se hizo más grande que su propio tiempo y en un acariciamiento al espíritu humano y sus raíces ancestrales, proclamó Ubuntu:
"... Mi humanidad sólo existe si es reconocida en la humanidad de los demás... ”.
Entusiasmado por la oportunidad, no me hice el rogado y sentencié de que en la espiritualidad que busco alcanzar, mi religiosidad se hace templo en el corazón de los que reconozco.
Y toda vida al expresar su existencia se hace sagración y se bendice de igualdad, porque todo ser trae en sí la posibilidad de lo divinamente humanizar.
Él no me dijo nada, pero me escuchó atentamente. Tu expresión al dirigirme un abrazo fue conmovedora.
Reflexioné: Solo puedo creer en una Divinidad que está en todos los idiomas, creencias, colores, identidades, expresiones del ser y que comulga de lo que nos dejó Agustín:
"... Nadie puede ser perfectamente libre hasta que todos lo sean... ”
A lo que he añadido: Nadie puede ser indiferente a la falta de justicia, el dolor y el sufrimiento de los que más lo necesitan, si desea un mundo a ser iluminado por la bendición de la necesaria igualdad de todos los hijos de un ser de plena luz.
Visiblemente me sentí animado, antes de su partida, a aducir lo que un día dijo Khalil:
"... Protégeme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los humildes... ”
Finalmente, cuando esa luz se disipó, me callé en silencio y deseé que el espíritu navideño se irradie en todos los ríos del mundo, donde los pies de los andadores buscan dignidad en cada instante.
*Imagen Pixabay
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