La noche de los duendes
La noche estaba cubierta, de una espesa neblina,
un desesperante silencio, nos estremecía el alma,
la tristeza con el temor. se clavaban como espina,
en mitad del corazón, que tiene una tensa calma.
Calles obscuras, que esconden mansiones viejas,
algún mortecino farol, alumbra con su débil luz,
figuras de perros negros, que emiten leves quejas,
junto a la base de piedra donde reposa una cruz.
lluvia que cae, en el adoquín de calles solitarias,
retratan los pasos lentos, de algún ebrio cansado,
las damas de la noche, van por rúas secundarias,
mostrando cuerpos ajados, que incitan al pecado.
Al filo de la quebrada, antes de pasar un puente,
unos seres diminutos, juegan frente a las llamas,
esclavos de largos ritos, que los hacen diferentes,
son duendes del río, que dan gritos y proclamas.
Entre la débil claridad, divisé un pequeño niño,
que estos seres infernales, robaron a una madre,
quizás es un pequeñuelo, a quien le faltó cariño,
o criatura de ojos grandes, parecidos a su padre.
Descender a ese lugar, era un trabajo complejo,
pero me armé de valor, y hasta ese lugar llegué,
al aproximarme a ellos, soltaron al prisionero,
al Cristo de mi cadena, doy gracias que lo llevé.
El crío temblaba de frío, su cuerpo casi desnudo,
lo cubrí con un abrigo y de aquel lugar lo saqué,
entonces tuve miedo, mi garganta se hizo nudo,
a mi Dios le pedí perdón, si acaso un día pequé.
Los duendecillos traviesos molestarán mi sueño,
me harán recordar, esos tiempos de mi infancia,
donde el duende Heriberto, creía, era mi dueño,
pero se fue de mí, por mi madre y su constancia.
Gerardo Vásquez Almazán
Tumbaco, Quito, Ecuador,
Julio 2 del 2020
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