EL SEÑOR VALLADARES. (Relato)
Llevaba mucho tiempo pensando en ello, pero, siempre, buscaba una excusa para tomar la determinación o para echarse atrás.
Sus pensamientos no dejaban de pronunciar su nombre, Elisa. Su esposa se había convertido en el motor de su vida, no se imaginaba caminar por su destino sin tener su presencia junto a él, pero cometió un error, el único que podía dar un giro y ser determinante para la vida que llevaba en ese momento.
Pensaba que su pasado no le seguiría hasta el otro lado del mundo y huyó de él.
La vida tiene sus ironías, y no porque le debiera algo, al menos eso pensaba. Siempre fue un hombre honesto, trabajador y responsable. Los daños que hubiera infringido fueron absolutamente inconscientes, de eso estaba bien seguro.
Su vida parecía encaminarse hacia un futuro lleno de ilusiones y proyectos al lado de Elisa, pero una madrugada recibió una noticia. Sintió que su corazón se sobrecogía y las lágrimas comenzaron a aparecer por sus mejillas como si fueran un río bravo.
No podía permitir que Elisa se enterara de lo que le acababa de suceder, bastante ya sabía de él como para darle más información y con ello, ella, tuviera la misma frustración.
Entonces, comenzaron a tomar cuerpo sus pensamientos y esa decisión que se paseaba a menudo por su cabeza empezaba a aturdirle.
Salió de su casa y se adentró en el bosque. La niebla espesa le cubrió como si fuera una capa, su lenguaje frío y silencioso sustituía a su pensamiento. Su espesor le imposibilitaba la correcta visión del camino por el que pisaba, pero no le importaba, lo que deseaba era caminar y caminar como si fuera un autómata a las órdenes de su creador. El frío era denso y provocaba que su aliento exhalara una formación de vapor. La noche se cerraba, poco a poco, como una garra, pero su pasado seguía más presente que nunca.
¿Cómo podría evitar que Elisa compartiera su condena? No le había hablado de la maldición que se cernía sobre él. Tan solo sabía que era un buen hombre y que se había labrado un porvenir junto a ella. Problemas tenía todo el mundo, le había dicho él, y dificultades, también, pero con amor todo se supera. Con estas opiniones siguieron adelante y su vida parecía elegante.
Pero...aquella maldición que cargaba sobre sus hombros había enmudeciendo, de nuevo, sus ilusiones aquella madrugada.
Él, fue el elegido de expiar las culpas de su familia. Desde su nacimiento estaba marcado. Ya comenzó a luchar contra su destino desde que tenía dos meses de edad, al tener que librar una batalla con la muerte. Una extraña enfermedad asaltó su cunita y se introdujo en él. Sus ganas de vivir, su fortaleza y su determinación ganaron esa primera, pero no única batalla con la muerte.
Su infancia fue como la de cualquier niño, pero sentía que algo por dentro ocurría, aunque no sabía, aún, el qué. Con el paso de los años se convirtió en lo que todos esperaban de él, un buen abogado, hijo y amigo de sus amigos.
Entonces ocurrió. Un día cualquiera de un mes cualquiera y de un año cualquiera, todo, absolutamente todo, comenzó a ir mal. No lograba comprender el porqué, ya que no se había salido de su senda, hasta que se encontró con un familiar lejano que conocía la vida de su bisabuelo.
Su encuentro se había producido con entusiasmo, no se veían desde hacía tiempo y se tenían un gran aprecio. El Sr. VALLADARES explicó lo que le sucedía respondiendo, así, a la pregunta de aquel familiar sobre su tristeza y desconcierto. El familiar le contó lo que había escuchado a sus antepasados creyendo responder a su pregunta.
El bisabuelo del Sr. VALLADARES, había sido el alguacil del pueblo y con mano dura ejecutaba las órdenes de su superior. Ambos eran igual de crueles y no dudaban en infringir el mayor de los sufrimientos a las pobres almas que caían en sus redes envueltos en la cortina de la justicia.
Torturas y asesinatos era lo que imponían y el terror sembraban en toda la pedanía en aquella España negra y profunda del siglo, XIX.
Sus actos eran cometidos sin ningún pudor, la justicia y honestidad la olvidaron, y el terror era su mejor aliado haciéndoles sentir los amos y señores del lugar. Un día, una de esas almas que cayeron en sus manos, un peregrino que hacía el camino de Santiago, recaló en el pueblo. Era un escocés callado y taciturno que deseaba hacer el camino para encontrarse a sí mismo y para recorrer el mundo.
Aquel peregrino no fue del agrado de aquellos dos bandidos de la justicia y con acusaciones falsas torturaron y ajusticiaron al que decían que era un endemoniado.
Antes de morir en el garrote vil, les echó una maldición en su idioma natal, en ese gaélico incomprensible para los habitantes de la zona y expiró.
La maldición consistía en que un miembro de la familia de los dos torturadores, cualquiera podría ser y en cualquier generación podría ocurrir, llevaría el peso de su muerte y el de todas las víctimas, haciendo de su vida un infierno al impedirle ser feliz hasta el fin. Se le dejaría avanzar, pero en el momento de lograr su objetivo el golpe de la desilusión y como consecuencia la tristeza, serían cada vez mayores hasta lograr llevarlo a la desesperación, la pérdida de sí mismo y, finalmente, a su muerte.
El Sr. VALLADARES, no creía en aquellas cosas y una carcajada regaló. Estaba convencido de que se trataba de una mala racha y que pasaría tarde o temprano.
Su familiar respondió que no se lo tomase tan a la ligera ya que esa historia la sabía toda la familia y se había trasladado de generación en generación. Era fácil averiguar quién sería el depositario de semejante maldición, porque tenía una marca al final de la espalda en forma de cruz.
De pronto recordó que, él, tenía esa señal y su madre le dijo que se debía a un antojo cuando estaba embarazada de él. El peso de la historia, que le contó aquel familiar, le pesaba como una losa sobre su pecho.
Llamó a su madre y le relató lo averiguado, ella, le dijo que era verdad todo lo relatado y que no le informó de nada para evitarle la sugestión y, con ello, el sufrimiento. Ya era tarde, la maldición se puso en marcha como una maquinaria cuando sus engranajes comienzan a darle vida y el reloj, comenzó su cuenta atrás.
Pensó que huyendo de aquel lugar y, después de sufrir durante veinticinco años los efectos de la maldición, podría no alcanzarle.
Creyó haberlo conseguido al conocer a Elisa y comenzar de nuevo, pero, como siempre, sus pasos avanzados eran cortados de raíz y de un tajo cada vez más cruel y despiadado.
No podía permitir que ella se viera salpicada con el sufrimiento y decidió acabar con aquello.
Elisa llegó a casa y se encontró aquella carta que la acompañó hasta el fin de sus días.
"Mi amada Elisa:
Te quiero pedir perdón por el sufrimiento que te voy a infringir, pero es mucho menor de lo que sería tu vida si estuvieras junto a mí.
Una maldición se cierne sobre mis hombros y llevo con ella tanto tiempo que la considero parte de mí. Es como si fuera un defecto de nacimiento, ya podría haber sido así, al menos la hubiera podido erradicar, pero crece junto a mí y ya es hora de partir para librar mi última batalla. No me busques, no me encontrarás. Debo hacer un viaje al pasado, a mi pasado, y librar cuentas encargadas.
La verdad de lo acontecido la tendrás preguntando a Rebeca, un pariente mío lejano y que es la persona que me contó la verdad. Te dejo su dirección en el cajón de la mesilla.
Gracias, por estos cuatro años de felicidad y te aseguro que, ellos, son los que me han dado el valor suficiente para hacer lo que voy a hacer.
Siempre tuyo, Jaime."
Mientras se adentraba en la espesura del bosque, el Sr. VALLADARES sentía que Elisa ya habría leído su carta y podía escuchar sus lágrimas caer en una sensación extraña, como si su sentido del oído se hubiera agudizado hasta extremos extraordinarios.
Su corazón se rompió, pero ya no podía dar marcha atrás, no podía permitir que los actos de su antepasado asesino le alcanzaran a ella.
No sabía cuánto había andado y de pronto se topó con una piedra enorme en forma de monolito. Escuchaba una voz que salía de ella:
"Ya llegó la hora de que hagas justicia, ven con nosotros"
Elisa encontró la ropa de su esposo tres días después. Se había realizado una búsqueda por parte de la policía y, por fin, dieron con sus pertenencias, pero no había señales de violencia, ni nada parecido en la zona del monolito, solo su ropa.
Elisa sentía que Jaime regresaría o, quizá, a eso se aferraba puesto que no se había encontrado ningún indicio de violencia, secuestro y, tampoco su cuerpo. Se aferraba a la carta dejada por Jaime y a la misión encomendada. Solo deseaba que su regreso no se demorara y verlo antes de que ella partiera hacia el final de su viaje.
Llevaba mucho tiempo pensando en ello, pero, siempre, buscaba una excusa para tomar la determinación o para echarse atrás.
Sus pensamientos no dejaban de pronunciar su nombre, Elisa. Su esposa se había convertido en el motor de su vida, no se imaginaba caminar por su destino sin tener su presencia junto a él, pero cometió un error, el único que podía dar un giro y ser determinante para la vida que llevaba en ese momento.
Pensaba que su pasado no le seguiría hasta el otro lado del mundo y huyó de él.
La vida tiene sus ironías, y no porque le debiera algo, al menos eso pensaba. Siempre fue un hombre honesto, trabajador y responsable. Los daños que hubiera infringido fueron absolutamente inconscientes, de eso estaba bien seguro.
Su vida parecía encaminarse hacia un futuro lleno de ilusiones y proyectos al lado de Elisa, pero una madrugada recibió una noticia. Sintió que su corazón se sobrecogía y las lágrimas comenzaron a aparecer por sus mejillas como si fueran un río bravo.
No podía permitir que Elisa se enterara de lo que le acababa de suceder, bastante ya sabía de él como para darle más información y con ello, ella, tuviera la misma frustración.
Entonces, comenzaron a tomar cuerpo sus pensamientos y esa decisión que se paseaba a menudo por su cabeza empezaba a aturdirle.
Salió de su casa y se adentró en el bosque. La niebla espesa le cubrió como si fuera una capa, su lenguaje frío y silencioso sustituía a su pensamiento. Su espesor le imposibilitaba la correcta visión del camino por el que pisaba, pero no le importaba, lo que deseaba era caminar y caminar como si fuera un autómata a las órdenes de su creador. El frío era denso y provocaba que su aliento exhalara una formación de vapor. La noche se cerraba, poco a poco, como una garra, pero su pasado seguía más presente que nunca.
¿Cómo podría evitar que Elisa compartiera su condena? No le había hablado de la maldición que se cernía sobre él. Tan solo sabía que era un buen hombre y que se había labrado un porvenir junto a ella. Problemas tenía todo el mundo, le había dicho él, y dificultades, también, pero con amor todo se supera. Con estas opiniones siguieron adelante y su vida parecía elegante.
Pero...aquella maldición que cargaba sobre sus hombros había enmudeciendo, de nuevo, sus ilusiones aquella madrugada.
Él, fue el elegido de expiar las culpas de su familia. Desde su nacimiento estaba marcado. Ya comenzó a luchar contra su destino desde que tenía dos meses de edad, al tener que librar una batalla con la muerte. Una extraña enfermedad asaltó su cunita y se introdujo en él. Sus ganas de vivir, su fortaleza y su determinación ganaron esa primera, pero no única batalla con la muerte.
Su infancia fue como la de cualquier niño, pero sentía que algo por dentro ocurría, aunque no sabía, aún, el qué. Con el paso de los años se convirtió en lo que todos esperaban de él, un buen abogado, hijo y amigo de sus amigos.
Entonces ocurrió. Un día cualquiera de un mes cualquiera y de un año cualquiera, todo, absolutamente todo, comenzó a ir mal. No lograba comprender el porqué, ya que no se había salido de su senda, hasta que se encontró con un familiar lejano que conocía la vida de su bisabuelo.
Su encuentro se había producido con entusiasmo, no se veían desde hacía tiempo y se tenían un gran aprecio. El Sr. VALLADARES explicó lo que le sucedía respondiendo, así, a la pregunta de aquel familiar sobre su tristeza y desconcierto. El familiar le contó lo que había escuchado a sus antepasados creyendo responder a su pregunta.
El bisabuelo del Sr. VALLADARES, había sido el alguacil del pueblo y con mano dura ejecutaba las órdenes de su superior. Ambos eran igual de crueles y no dudaban en infringir el mayor de los sufrimientos a las pobres almas que caían en sus redes envueltos en la cortina de la justicia.
Torturas y asesinatos era lo que imponían y el terror sembraban en toda la pedanía en aquella España negra y profunda del siglo, XIX.
Sus actos eran cometidos sin ningún pudor, la justicia y honestidad la olvidaron, y el terror era su mejor aliado haciéndoles sentir los amos y señores del lugar. Un día, una de esas almas que cayeron en sus manos, un peregrino que hacía el camino de Santiago, recaló en el pueblo. Era un escocés callado y taciturno que deseaba hacer el camino para encontrarse a sí mismo y para recorrer el mundo.
Aquel peregrino no fue del agrado de aquellos dos bandidos de la justicia y con acusaciones falsas torturaron y ajusticiaron al que decían que era un endemoniado.
Antes de morir en el garrote vil, les echó una maldición en su idioma natal, en ese gaélico incomprensible para los habitantes de la zona y expiró.
La maldición consistía en que un miembro de la familia de los dos torturadores, cualquiera podría ser y en cualquier generación podría ocurrir, llevaría el peso de su muerte y el de todas las víctimas, haciendo de su vida un infierno al impedirle ser feliz hasta el fin. Se le dejaría avanzar, pero en el momento de lograr su objetivo el golpe de la desilusión y como consecuencia la tristeza, serían cada vez mayores hasta lograr llevarlo a la desesperación, la pérdida de sí mismo y, finalmente, a su muerte.
El Sr. VALLADARES, no creía en aquellas cosas y una carcajada regaló. Estaba convencido de que se trataba de una mala racha y que pasaría tarde o temprano.
Su familiar respondió que no se lo tomase tan a la ligera ya que esa historia la sabía toda la familia y se había trasladado de generación en generación. Era fácil averiguar quién sería el depositario de semejante maldición, porque tenía una marca al final de la espalda en forma de cruz.
De pronto recordó que, él, tenía esa señal y su madre le dijo que se debía a un antojo cuando estaba embarazada de él. El peso de la historia, que le contó aquel familiar, le pesaba como una losa sobre su pecho.
Llamó a su madre y le relató lo averiguado, ella, le dijo que era verdad todo lo relatado y que no le informó de nada para evitarle la sugestión y, con ello, el sufrimiento. Ya era tarde, la maldición se puso en marcha como una maquinaria cuando sus engranajes comienzan a darle vida y el reloj, comenzó su cuenta atrás.
Pensó que huyendo de aquel lugar y, después de sufrir durante veinticinco años los efectos de la maldición, podría no alcanzarle.
Creyó haberlo conseguido al conocer a Elisa y comenzar de nuevo, pero, como siempre, sus pasos avanzados eran cortados de raíz y de un tajo cada vez más cruel y despiadado.
No podía permitir que ella se viera salpicada con el sufrimiento y decidió acabar con aquello.
Elisa llegó a casa y se encontró aquella carta que la acompañó hasta el fin de sus días.
"Mi amada Elisa:
Te quiero pedir perdón por el sufrimiento que te voy a infringir, pero es mucho menor de lo que sería tu vida si estuvieras junto a mí.
Una maldición se cierne sobre mis hombros y llevo con ella tanto tiempo que la considero parte de mí. Es como si fuera un defecto de nacimiento, ya podría haber sido así, al menos la hubiera podido erradicar, pero crece junto a mí y ya es hora de partir para librar mi última batalla. No me busques, no me encontrarás. Debo hacer un viaje al pasado, a mi pasado, y librar cuentas encargadas.
La verdad de lo acontecido la tendrás preguntando a Rebeca, un pariente mío lejano y que es la persona que me contó la verdad. Te dejo su dirección en el cajón de la mesilla.
Gracias, por estos cuatro años de felicidad y te aseguro que, ellos, son los que me han dado el valor suficiente para hacer lo que voy a hacer.
Siempre tuyo, Jaime."
Mientras se adentraba en la espesura del bosque, el Sr. VALLADARES sentía que Elisa ya habría leído su carta y podía escuchar sus lágrimas caer en una sensación extraña, como si su sentido del oído se hubiera agudizado hasta extremos extraordinarios.
Su corazón se rompió, pero ya no podía dar marcha atrás, no podía permitir que los actos de su antepasado asesino le alcanzaran a ella.
No sabía cuánto había andado y de pronto se topó con una piedra enorme en forma de monolito. Escuchaba una voz que salía de ella:
"Ya llegó la hora de que hagas justicia, ven con nosotros"
Elisa encontró la ropa de su esposo tres días después. Se había realizado una búsqueda por parte de la policía y, por fin, dieron con sus pertenencias, pero no había señales de violencia, ni nada parecido en la zona del monolito, solo su ropa.
Elisa sentía que Jaime regresaría o, quizá, a eso se aferraba puesto que no se había encontrado ningún indicio de violencia, secuestro y, tampoco su cuerpo. Se aferraba a la carta dejada por Jaime y a la misión encomendada. Solo deseaba que su regreso no se demorara y verlo antes de que ella partiera hacia el final de su viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario