martes, 23 de noviembre de 2021
JULIO...
JULIO...
En mi ventana, siempre a la misma hora, mediando la madrugada, escucho una voz desesperada que grita un nombre, que suena como un agónico estertor, y se pierde entre los callejones de la intransitada urbe: -Julio, Julio, Julioooo...-, llama el clamor...
Una vez, me asomé por la ventana, y te vi.
Te vi extendiendo tus brazos, con una chaqueta en tus manos, cada vez que cortaba el semáforo y entraban a andar los pocos automóviles que transitan a esas horas.
Tú gritabas: - Julio, Julio, Julioooo...-, y nadie te respondía.
Yo no entendía qué pasaba.
Una mañana temprano, cuando salí de mi departamento rumbo a mi trabajo, antes de que abrieran los negocios, te vi bajo el alero de uno de ellos, justo cuando te aprestabas para irte, ya que habías hecho allí como una especie de buhardilla nocturna.
Eras un vagabundo, un linyera, un hombre que anda de calle en calle, vestido de harapos, con ropa muy andrajosa y sucia, y también te vislumbré, medio extraviado.
Vi cómo corriste, antes de dejar nuestra calle, en un último intento, al cambiar el semáforo, mostrando a los automóviles que pasaban esa chaqueta y gritando: -Julio, Julio, Julioooo...-, y otra vez nadie te respondía. Julio no estaba allí para contestarte.
Un día, alguien que te había conocido en esta ciudad, me contó tu historia.
Julio era un adolescente, era tu hijo, y habían tenido un cambio de palabras, porque él quiso hacer su vida, a su suerte, una vida libre e independiente, y lejos de ti, y tú no querías eso; pensabas que necesitaba madurar mucho más, para recién entonces emprender su vuelo; querías que él se quedará en tu hogar, que compartieran más cosas juntos, que fuesen buenos compañeros, aparte de la buena relación que tenían de padre a hijo. Querías transmitirle todas tus experiencias de la vida, para que nunca fuese lastimado.
En ese momento, tenías esposa, un trabajo digno, una casa confortable y un buen pasar en general; hacías buenos negocios, y todo te sonreía. Pero tu hijo decidió irse, y esa noche te lo confirmó, conversaron mucho, y no pudiste convencerlo; él ya había tomado una decisión, y no volvería atrás.
Vivían a dos cuadras de la terminal desde donde salían los autobuses para distintos destinos.
Julio tenía su pasaje y estaba por partir.
Antes de eso, intentando convencerlo de cambiar su determinación, discutieron por última vez, y no pudieron ponerse de acuerdo.
Te saludó, te dijo: -Adiós papá...-, y lo viste partir, con tristeza y mucha impotencia.
A los pocos minutos, advertiste que Julio había dejado su chaqueta apoyada en una de las sillas, y adonde él viajaba, era un lugar muy frío del sur de la Patagonia argentina. En ese momento, el clima de Buenos Aires todavía no estaba tan frío, por eso seguramente, él no se había dado cuenta que le faltaba su abrigo cuando partió.
Al ver eso, habiendo transcurrido unos minutos, saliste corriendo con su chaqueta, y corriste esas dos cuadras para poder alcanzarlo, y que se llevara su abrigo.
Cuando llegaste, el bus donde él viajaba, acababa de partir.
Justo en ese instante cerró las puertas, y una vez que cierran las puertas, tienen un reglamento interno que determina no abrirlas más y ponerse en camino.
Tú estabas en el andén con la chaqueta, y le decías: -Julio, Julio, Julioooo....-, esperando quizás que el bus parara, pero no paró, y Julio se quedó viéndote a través de la ventanilla, apoyando sus manos en el vidrio, quizás muy triste, no pudiendo hacer nada, diciéndote adiós sin abrazarte...
En la mañana siguiente, fría y oscura, cuentan los diarios de la época, que por la densa niebla hubo un trágico choque en la ruta, y allí por un cruel infortunio, perdió la vida Julio, tu amado hijo...
A partir de entonces, tu vida fue una ruina; el alcohol dominó tu voluntad; perdiste trabajo, amigos, mujer, y hasta tu propia casa...
Con el paso del tiempo, en cada calle de Buenos Aires se te ve; te vas turnando, vas durmiendo a los tumbos, donde te dejan; vas buscando en cada una de esas calles que Julio te conteste...; vas gritando en las madrugadas: -Julio, Julio, Julioooo...-, agitando su chaqueta, que ya está derruida por el tiempo y muy descolorida, pero nunca para ti...
Esta es una historia que puede ser de muchas almas, y que ocurre aquí, en la ciudad de mi Buenos Aires.
Tal vez, algún día no muy lejano, tú salgas agitando la chaqueta, una y otra vez en la madrugada, y por fin Julio te conteste: -¡Aquí estoy Papá! Nunca te olvido... Ven a abrigarme...
Diosma Patricia Davis
D.A.R. 2021
22/11/2021
Buenos Aires - Argentina
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