jueves, 9 de diciembre de 2021
DESPEDIDA SIN DOLOR ( adiós al otoño)
DESPEDIDA SIN DOLOR ( adiós al otoño)
Quedaron latiendo en el aire las últimas horas de un otoño que se prestaba a morir.
El otoño entregaba el último testigo que le quedaba, su último aliento de vida al invierno, esa anciana estación en la que las canas se visten de nieve para endulzar su vejez, pero lo hacía orgulloso de su misión cumplida, tras haber incendiado de romanticismo, con sus colores y lluvias, aquellos corazones y almas que quisieron contemplarlo.
Había sembrado de poesía esas miradas que se quedaron soñando cuando contemplaban sus otoñales paisajes y, ahora, con la llegada del invierno, esos sueños se vestirían de blancas ilusiones.
Cedía el testigo a la última etapa de la vida de la naturaleza.
En el invierno, la creación queda enterrada bajo el blanco sudario de la nieve mientras el aire deja, en el cielo, sus fríos suspiros, notas musicales que componen el más bello e inmortal réquiem.
Pero así como el otoño es capaz de revestir de belleza la muerte de las hojas, de arrancar al alma sus más íntimos sentimientos cuando la naturaleza está muriendo, o de inspirar al corazón los más bellos sueños mientras el cielo oscurece y llora, de la misma manera, el invierno supera el dolor que siente mientras está enterrando a su madre tierra y cubre sus heridas con el más bello vendaje, con los más hermosos paisajes que nacen de su impoluta y blanca alma: la nieve.
Y esos ojos que soñaron durante el otoño, no son capaces de llorar al contemplar este entierro, antes bien, se ilusionan con la esperanza de que esa naturaleza resucitará; mejor dicho, al contemplar esos montes nevados, ese hielo dibujando caprichosas formas, el silencio de los ríos, cuyas respetuosas aguas enmudecen ante la muerte de la naturaleza, ante todas estas manifestaciones, es imposible, debido a su belleza, pensar que alguien ha muerto.
Es por eso que el invierno es una espera, una dulce y maravillosa espera en la que el luto se viste de blanco y borra cualquier posible lágrima que pudiera nacer.
Pero es hora de decir el último adiós a este otoño, ya senil, que seguirá ofreciéndonos agua, viento, colores, hojas, un sinfín de cromáticos paisajes, de inconfundibles sonidos, como los de la lluvia, antes de mudar su pardo manto en blanco sudario.
Y llegará el invierno, el cual nos iluminará el corazón con los ensoñadores destellos de su nieve, nos invitará a refugiarnos alrededor del fuego, del calor, para que sigamos soñando; en definitiva, dibujará una sonrisa en nuestras almas, almas que serán incapaces de sentir dolor ante una muerte tan bella.
Abel de Miguel Sáenz
Madrid, España
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